"En setiembre de 1976, tres meses después del secuestro y desaparición de mi hermano, Gregorio Marcelo Sember (Guyo), mi mujer y yo decidimos exiliarnos con nuestro hijo que aún no había cumplido los dos años. La represión arreciaba y nosotros teníamos buenas razones para considerarnos amenazados.

Nos despedimos de familiares y amigos de forma muy breve, no eran despedidas felices sino dolorosas. Una de las personas de la que más deseábamos despedirnos, pero a la vez, una de las que era más difícil que pudiéramos encontrar era mi gran amiga Laura Dorfman, que también era militante política.

Laura era estudiante de artes plásticas y una persona que irradiaba alegría vital. Sonreía con la mirada, calmaba con el abrazo. Idealista, con una capacidad de idealización que daba miedo. Por pintarla en una sola imagen, un día me contó lo que había soñado esa noche: una multitud avanzaba por una gran avenida con banderas rojas, el suave viento las hacia ondear, la gente las balanceaba, y todo se fue convirtiendo en un gran lienzo rojo en movimiento. Lo contaba con una sonrisa impresionante, con esa boca grandota y su dentadura refulgente sobre la tez morena, mientras reía con carcajadas contagiosas. Se reía de si misma, soñando esas cosas, al tiempo que decía ´¡fa, por favor…!´ Así la recuerdo yo.

Era difícil coordinar un encuentro con ella, tal como decía, pero había una ruta: como éramos amigos con ella y su hermano de hacía años, nuestros padres habían acabado por conocerse. La vía para no arriesgarnos era que mis padres hablaran con los padres de ella, para pedirles que cuando ella los llamara por teléfono le transmitieran nuestro deseo y le preguntaran si era posible el encuentro. Así lo hicimos y Laura le dijo a su madre, y ella a la mía, que nos encontráramos el sábado anterior a nuestro viaje caminando por la plaza Cuba, en Belgrano, donde había una feria de artesanos y era más fácil para ella disimularse entre la gente.

Para cualquier persona que haya vivido aquella época de horror, será fácil comprender que tanto Laura como nosotros nos arriesgábamos muchísimo yendo a ese encuentro, pero era tal la fuerza interior mutua que nos animamos, ella y nosotros con nuestro pequeño hijo, a ir esa mañana a la plaza Cuba.

Nos encontramos, nos abrazamos, caminamos apenas un ratito comentando nuestros planes y la dureza de la situación que se vivía en la Argentina. Al pasar delante del puesto de un artesano, Laura nos compró una cadena con un dije a cada uno: un dije para Mirta y un dije para mi. Ambos eran de cristal incoloro, y en su interior había un líquido rojo que bailaba con el movimiento. El de Mirta era casi esférico y el mío parecía una gota.

Ambos nos colgamos las cadenas con los dijes y las llevamos a partir de ese momento siempre colgadas, no nos las sacábamos nunca, dormíamos con ellas, nos duchábamos con ellas… nunca.

Pasaron dos años, la dictadura seguía igualmente sanguinaria y despiadada, ya se hablaba de los 30.000 desaparecidos. Hasta en el exterior había rumores de la presencia de organismos de inteligencia argentinos siguiendo de cerca los pasos de las ONG’s de solidaridad con los detenidos-desaparecidos y sus familias. El retorno a la democracia se veía muy lejano y, por eso, nuestro regreso al país también parecía alejarse.

Fue en Mayo del 78 cuando mi padre vino a visitarnos a Barcelona. Disfrutamos de su presencia y, cuando faltaban pocos días para que se volviera a Buenos Aires, nos comentó que a él le gustaría conocer Toledo. Como su avión salía de Madrid, le propuse viajar juntos, hacernos una escapada a Toledo y volver a Madrid para el embarque. No sé con precisión qué fecha era la del día del viaje. Fuimos en tren. En un momento dado, yo hice un gesto mecánico que acostumbraba a hacer: me pasé la mano por el cuello tocando la cadena… ¡pero la cadena no estaba! Me corrió un escalofrío, busqué entre las ropas y la encontré: se había roto un eslabón y la cadena estaba entre la camisa y la camiseta, con el dije aun insertado en ella.

Inmediatamente le pedí a mi padre que, cuando llegara a Buenos Aires, telefoneara a Raquel, la madre de Laura, para preguntarle por ella y luego me llamara.  Cuando me llamó, por el tono de su voz, supe inmediatamente que algo grave pasaba: Laura había sido secuestrada y desaparecida el 10 de mayo de 1978.

No pudimos, ni Mirta ni yo, seguir llevando la cadena. En esa época ya estábamos separados y cada uno la guardó. Mirta conservó el dije; yo guardé la cadena tal cual, con el eslabón roto.

Mirta falleció años después, en 1986. Al ir a recoger objetos a su casa, encontré la cadena colgando del estante central de su biblioteca, en un sitio destacado.

Ahora están guardadas juntas y sólo las saco cuando alguien, al conocer la historia, desea verlas.

En la Escuela Prilidiano Pueyrredón hay un mural con los rostros de las cinco víctimas del terrorismo de estado que hubo allí, y uno de ésos rostros es el de Laura, siempre sonriente".

* Testimonio de Silvio Sember enviado por correo desde Barcelona, España. Fechado el 30 de julio de 2010. Silvio es el hermano de Gregorio Marcelo "Guyo" Sember, secuestrado el 30 de mayo de 1976. Guyo continúa desaparecido.